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Daniel Drucker, padre de Ozempic: “Si se financiara para todo el mundo que quiere perder peso, no quedaría dinero para nada más”

Daniel Drucker, padre de Ozempic: “Si se financiara para todo el mundo que quiere perder peso, no quedaría dinero para nada más”

Daniel Drucker (Montreal, 68 años) chapurrea castellano en la sede de la Fundación BBVA en Bilbao, donde va a comenzar una larga ronda de entrevistas propia de un Nobel. Está en la ciudad vasca para recibir el Premio Fronteras del Conocimiento y dice que solo sabe las palabras importantes en este idioma. “Un vino, una cerveza, un pincho”, bromea este endocrino canadiense, hijo de supervivientes del Holocausto y una de las pocas personas que pueden decir realmente que han cambiado el mundo.

Drucker, ahora catedrático de la Universidad de Toronto e investigador en el Hospital Monte Sinaí de esa ciudad, recibe el galardón “por el descubrimiento y la caracterización de la forma biológicamente activa de la hormona péptido similar al glucacón (GLP-1). El motivo suena esotérico, y la compleja ciencia que hay detrás lo es, pero los productos de su conocimiento son cultura popular. El famoso Ozempic, un medicamento para la diabetes que saltó a la fama cuando una misteriosa ola de delgadez recorrió Hollywood en 2022, ha convertido a la empresa que lo produce, la danesa Novo Nordisk, en la más valiosa de Europa, y al producto en esperanza para los millones de hambrientos por estética.

Pregunta. ¿Qué le parece el bombo en torno a los medicamentos para adelgazar que surgieron de su investigación?

Respuesta. A veces es excesivo. Cuando salgo, si voy a una tienda, a un partido de fútbol, si enciendo la televisión, todo lo que veo es Ozempic, por todas partes. Está realmente presente en la cultura popular, y a veces es excesivo, sin duda. Pero también creo que es una oportunidad para mostrar la importancia de la ciencia y de poder ayudar a personas que viven con obesidad y que antes no tenían buenos tratamientos. Me llaman periodistas varias veces al día, y es un privilegio recibir tanta atención, pero a veces es demasiado.

P. Es un gran triunfo de la ciencia, pero al mismo tiempo, que estos fármacos contra la obesidad tengan tanto éxito, nos dice que hay un problema social grave.

R. Sí. Creo que no entendemos muy bien la epidemia de obesidad. Cuando yo era joven, nos decían que el mayor problema del mundo era el hambre. Y hoy, quizás, eso ha sido reemplazado en muchas partes del mundo por la obesidad. Y la genética no ha cambiado, así que tenemos que preguntarnos: ¿qué ha cambiado en el entorno, en la sociedad, en la alimentación, en los químicos que nos rodean?

No sabemos exactamente qué está contribuyendo a la epidemia de obesidad. Es muy fácil decir “la comida ultraprocesada”, “McDonald’s”, “la industria alimentaria”... y probablemente todo eso contribuye al problema. Pero creo que, al mismo tiempo que tenemos una ciencia muy buena desarrollando medicamentos, también necesitamos una ciencia igualmente sólida que nos ayude a entender por qué tenemos esta epidemia de obesidad. Lo ideal sería prevenir el desarrollo de la obesidad, no solo tratarla.

Cuando salgo, si enciendo la tele, veo Ozempic por todas partes. A veces tiene un bombo excesivo

P. Un aspecto de su investigación es que ha mostrado que las personas con obesidad o sobrepeso no tienen un problema de voluntad, sino que su organismo no produce las señales necesarias para que dejen de tener apetito. Desde el punto de vista científico, ¿tiene sentido que, como sucede en España, se financien estos fármacos para personas con diabetes, pero no para tratar la obesidad?

R. Durante muchos años hubo mucho debate sobre esto. Algunos decían: “¿Por qué deberíamos aprobar medicamentos para adelgazar? Quizá solo sirven para que la gente se vea mejor, se compre ropa nueva o se sienta un poco mejor... Pero eso no mejora realmente su salud”.

Pero hace dos años y medio tuvimos un estudio muy importante, el ensayo SELECT. Incluyó personas sin diabetes tipo 2, pero con sobrepeso u obesidad y antecedentes de enfermedad cardíaca. Se les trató con semaglutida [el principio activo de Ozempic] durante tres años y medio. ¿Y qué vimos? Una reducción del 20% en infartos, ictus y muertes, y un 19% menos de fallecimientos totales en solo tres años y medio.

Ese estudio ha sido muy importante para recordar que la obesidad es una enfermedad seria, especialmente en personas con enfermedad cardiovascular. A medida que reunimos más evidencia sobre los beneficios de estos medicamentos más allá del adelgazamiento —como la reducción de enfermedad renal, infartos, ictus...— será más fácil justificar que se financien.

Pero hay que entender que los gobiernos y aseguradoras tienen miedo del coste. Si se financiara para todo el mundo que quiere perder peso con GLP-1, no quedaría dinero para nada más. Solo tenemos cierto presupuesto para sanidad y para medicamentos, y se intenta asignarlo donde se logre el mayor beneficio. Y creo que veremos cada vez más evidencia que respalda que la obesidad con comorbilidades —personas con enfermedad cardíaca, hepática o renal— implica un riesgo serio de desarrollar patologías muy costosas. Estamos empezando a generar los datos que nos permitirán volver a hablar con gobiernos y aseguradoras y decir: “Si una persona tiene estos factores de riesgo y obesidad, miren los beneficios que podemos obtener con este tratamiento. ¿Cuánto cuesta un ictus? ¿Un infarto? ¿Una diálisis?”.

Daniel Drucker Ozempic
DVD 1271 (18 06-25-) 1012 Daniel Drucker Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biología y Biomedicina en la sede de la Fundación BBVA en BilbaoFernando Domingo-Aldama

P. Los efectos beneficiosos que se han observado sobre el riñón o el sistema cardiovascular, ¿son únicamente una consecuencia de reducir la obesidad? ¿O hay otros mecanismos?

R. En nuestro laboratorio llevamos décadas estudiando cómo funciona el GLP-1, y está muy claro que sus beneficios no se deben solo al control del azúcar en sangre ni a la pérdida de peso. ¿Cómo lo sabemos? Podemos hacer experimentos en animales sin diabetes ni obesidad, o controlar el peso que pierden, y aun así vemos efectos positivos sobre el corazón, los riñones o el hígado. Publicamos en 2009 que los medicamentos GLP-1 pueden reducir infartos y mejorar la función cardíaca, incluso sin pérdida de peso ni diabetes. Y ahora, por fin, tenemos evidencia clínica.

En el ensayo SELECT, con más de 17.000 personas con obesidad y enfermedad cardíaca, se observó una reducción del 20% en infartos, ictus y muertes, y los que perdieron menos peso tuvieron el mismo beneficio que los que perdieron más. Así que no es la pérdida de peso la que está generando el beneficio.

Hace unas semanas, en el Congreso Europeo de Obesidad en España, se presentaron resultados de otro estudio de Novo Nordisk sobre enfermedad hepática metabólica con semaglutida. Los investigadores mostraron que los beneficios en la salud del hígado (menos grasa, menos fibrosis) fueron independientes de la pérdida de peso. Incluso quienes no adelgazaron experimentaron mejoras similares. Así que cada vez hay más pruebas de que muchos de los beneficios de estos fármacos no dependen del adelgazamiento. Eso no quiere decir que la pérdida de peso no sea buena. ¡Es fantástica! Mejora la inflamación, las articulaciones, todo el cuerpo se beneficia. Pero los efectos extra de los GLP-1 van más allá de perder peso.

P. A veces, los beneficios de estos fármacos y los escasos efectos secundarios parecen demasiado buenos para ser ciertos. Hay fármacos contra la diabetes, como la metformina, que se podrían utilizar para ralentizar el envejecimiento. ¿Cree que se podría hacer lo mismo con los GLP-1?

R. Hay mucho interés en el uso del GLP-1 para el envejecimiento. Pero hacer ensayos clínicos rigurosos sobre envejecimiento es muy difícil. Estudiar a personas durante 15 o 20 años requiere mucho tiempo y muchísimo dinero. Por eso, la comunidad científica que estudia el envejecimiento intenta desarrollar lo que llamamos biomarcadores —indicadores del envejecimiento en células, tejidos y en la sangre— que puedan medirse de forma sencilla y no invasiva a lo largo de uno, dos o tres años, y ver si predicen una desaceleración del envejecimiento.

Pero también hay personas a las que llamamos los worried well —personas sanas, pero mayores que no quieren irse de este mundo antes de tiempo— y que ya están tomando metformina, GLP-1 o rapamicina. No van a esperar 5, 10 o 15 años para saber si funciona.

La comunidad científica del envejecimiento está muy interesada en el GLP-1 tanto por su efecto sobre la pérdida de peso como por su capacidad para reducir la inflamación, que parece estar muy implicada en el proceso de envejecimiento. Así que el interés es enorme, aunque la ciencia aún está en una fase muy temprana.

P. Supongo que muchas personas en la comunidad médica o científica ya están tomando estos fármacos, como ocurrió con la metformina.

R. No conozco las cifras. Supongo que Novo Nordisk o Eli Lilly sí podrían saber cuántas personas tienen una receta sin tener un diagnóstico de diabetes o de obesidad. Ellos lo sabrán. Nosotros, no.

Podemos dividir a las personas en dos grupos muy simples: unos comen para vivir y otros viven para comer

P. También se han visto mejoras en personas con adicciones. ¿Qué nos dice esto sobre los mecanismos que están en juego? ¿Cómo puede ser que algo que ayuda con la obesidad o la salud cardiovascular también ayude a controlar impulsos hacia otras sustancias?

R. Si te preguntas en qué parte del cuerpo hay más receptores para el GLP-1 —porque así es como funciona: se une a un receptor en la célula—, la respuesta es: en el cerebro. Hay muchas regiones del cerebro con estos receptores. Y si volvemos a hablar de la alimentación, ¿por qué comemos, en términos simples? Necesitamos energía para sobrevivir.

Podemos dividir a las personas en dos grupos muy simples: unos comen para vivir —la comida no les importa tanto, pero saben que necesitan calorías para llegar al final del día—; y otros viven para comer, porque comer es algo social, placentero, les entusiasma. Y muchos estamos en medio. Si tienes diez amigos y vais a cenar un viernes, habrá quien diga: “No tengo mucha hambre, pero voy porque salimos”, y otros dirán: “¡Ese restaurante tiene mi paella favorita, no puedo esperar a probarla otra vez!”. Entonces, claramente, hay un placer hedónico en la comida. Todos tenemos comidas favoritas que nos emocionan. Y las adicciones también tienen ese componente de placer. ¿Por qué fumamos, por qué consumimos cannabis, alcohol o narcóticos? Porque el uso de esas sustancias activa un sistema de recompensa en el cerebro.

Lo que parece hacer el GLP-1, tanto si se trata de esa persona que adora la paella como de quien fuma o consume alcohol o cannabis, es que reduce el nivel de placer que se obtiene. Hace que la gente diga “ya no me interesa tanto el postre”, o “no necesito ese cigarro extra ni esa cerveza más”. Como que ya no hay nada emocionante en ello. Antes había entusiasmo, activación cerebral, ganas... Y ahora, no tanto.

Esto es una explicación simplificada, claro, pero hay mecanismos biológicos compartidos que regulan nuestra respuesta al deseo por la comida y también hacia otras sustancias o comportamientos. Y el GLP-1 parece atenuar esas vías de recompensa.

Ahora bien, en el caso de los trastornos por consumo de sustancias, esta ciencia está empezando. Aún no tenemos datos rigurosos que digan: “Después de seis meses con GLP-1, se reduce el tabaquismo o el consumo de alcohol un 50%”. No lo sabemos. Lo que tenemos son estudios muy pequeños, y muchos testimonios: gente que lo tomó por obesidad y dice que dejó de fumar, que bebía menos cerveza… Pero no tenemos aún evidencia científica fuerte que diga: “Esto funciona en el 40%, el 50% de las personas”, o si solo sirve en un 5% o 10%.

P. ¿Estos fármacos atenúan el deseo excesivo?

R. Hay un abanico muy amplio de respuestas. Si hablas con mucha gente, oyes de todo. Desde: “No tengo hambre, pero estoy bien”, hasta “No tengo hambre y me siento un poco cansado”, o “Estoy un poco triste”. Y luego hay quien dice: “Estoy deprimido, no tengo motivación, no quiero hacer nada”. Creo que la mayoría de las personas se sienten bien, pero si tratas a suficientes pacientes, encontrarás algunos que dicen: “Este medicamento me hace sentir apático, triste, deprimido. Ya no tengo ganas de hacer nada. No me gusta cómo me siento”.

P. ¿Cree que, con los niveles de seguridad que hemos visto, sería razonable dar este tipo de medicamentos a personas que no están enfermas o que no definimos como tales?

R. ¿Se refiere a usarlos solo para perder peso?

P. Sí. O quizá también para regular el deseo en personas que sienten que consumen demasiado de algo.

Como científico, jamás sugeriría que dejemos de investigar las causas de la obesidad

R. Yo soy científico, y soy muy conservador. Siempre recuerdo a la gente que no tenemos datos suficientes sobre muchos tipos distintos de personas, como para entender con claridad cuál es la seguridad y cuál es el beneficio. Si alguien me dijera “quiero saber si es seguro tratar a personas que no tienen diabetes tipo 2 ni obesidad, pero que quieren perder diez kilos porque se sentirían mejor si pudieran volver a su peso del instituto”, yo diría: hagamos un ensayo clínico. Tomemos 5.000 personas con un IMC entre 25 y 28, tratémoslas durante seis o doce meses, y veamos si el balance entre riesgos y beneficios es favorable.

Personalmente, no me preocupa demasiado, porque llevamos usando estos fármacos 20 años, no son medicamentos nuevos. Pero como científico, siempre diré que hay que estudiar la población a la que se quiere tratar, no simplemente asumir que todo irá bien y que no habrá efectos secundarios. Soy muy conservador: yo no vendo los fármacos, yo los estudio.

P. ¿Ve un riesgo de que, dentro de 20 o 30 años, simplemente dejemos de intentar prevenir la obesidad o la diabetes —y todos los problemas asociados— y optemos por tomar fármacos y olvidarnos del origen del problema?

R. Espero que no. Creo que eso sería una oportunidad perdida. No deberíamos abordar el problema de la obesidad solo desde el tratamiento. Siempre deberíamos esforzarnos en entender por qué se desarrolla el problema. Porque ¿y si la solución es muy simple, muy fácil y muy barata? Eso sería mucho mejor que tomar medicamentos carísimos durante años para miles de millones de personas. Como científico, jamás sugeriría que dejemos de investigar las causas de la obesidad.

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